domingo, 1 de febrero de 2009

La dimensión de los deseos (Parte 2)

<< Parte 1

Rápidamente Sergio rasgó el papel que envolvía la caja y atónito observó como ante sí tenía la última consola del mercado… del mercadillo: La SEGO Katanga. La caja lucía una vaga imitación en tipografía y diseño respecto a la de verdad y ni tan siquiera tenía los mandos del mismo color. Llevaba un cartucho extraño en vez de CDs cómo la Katana, y un colorido rótulo rezaba “100 juegos en 1”.

Era un fraude a todas luces, y Sergio no podía creerlo. Por un momento pasó por su cabeza toda una retahíla de burlas de sus compañeros: “Sergio Katanga me llamarán”, pensó mientras se le hinchaba la vena de la frente.

- Qué? Te ha dejado sin palabras eh, campeón? 100 juegos!!, no dices nada?. – Decía ilusionada Marta a su atónito retoño.

- VETE A LA MIEEERRRDAAA, ES EL PEOR CUMPLEAÑOS DE MI VIDAAAA.- Gritó Sergio hecho una furia mientras lanzaba la caja a medio desenvolver directa a la cabeza de Marta. Ésta logró quitarse en parte de su trayectoria pero aún así una arista le golpeó en la frente de refilón haciéndole una pequeña brecha en la ceja izquierda. Sergio corrió fuera de la habitación dando alguna patada a los muebles por el camino y se encerró en el baño.

Marta sintió una tremenda impotencia y frustración, y aunque sentía a la perfección los latidos de su corazón en la maltrecha ceja sangrante, no era dolor comparable con la repulsa violenta de un hijo. Algo tenía malherido y no era su frente, un mundo pesado y ardiente cayó sobre sus hombros y las piernas le temblaron de angustia. Solamente pudo sentarse en la cama, poner su mano en la cabizbaja frente y llorar.

En esos momentos Raúl entró por la puerta con la alegría de haber conseguido un currillo provisional en la tienda de ultramarinos del barrio y acudió directo al dormitorio para darle la gran noticia a Marta. Un jarro de agua fría cayó sobre él al contemplar el panorama, y sin dar crédito a la situación llevó a Marta a la cocina para lavarle la herida dándole palabras de consuelo y preguntándole cómo sucedió todo.

Mientras, Sergio lloraba angustiosamente sentado sobre la taza del váter. Con la cara totalmente roja y los ojos hinchadísimos aliviaba la angustia que sentía apretando puños y dientes y retorciéndose conteniendo la respiración a intervalos. De poco le servía más que para, a los pocos minutos, estar exhausto con un reguero de mocos y lágrimas cayendo por su cara.
Comenzó a sentir un entumecimiento solo retardado por el dolor que sentía en sus hinchados párpados, los cuales se cerraban lentamente mientras agarraba la toalla de manos empapada ya de sonarse.

>> Parte 3

No hay comentarios:

Publicar un comentario