lunes, 12 de enero de 2009

Memorias del techo

Memorias del techo

Hace ya un tiempo que unas extrañas visiones se ciernen sobre mí. Algo sobrecogedor y extraño, algo inaudito; en espacios cerrados con altos techos, sobretodo.

Alguien, siempre diferente, joven y de sexo difícil de discernir se muestra frente a mi con una mirada en todos los casos con algo en común; una mirada tintada de seducción y odio, una mirada familiar y obscena.
En ese momento sucede algo tan inhóspito como vertiginoso, la gravedad parece llegar a su fin y el suelo se despide de mi de una forma brusca y repentina. Es entonces cuando me estampo con el techo, y todo cambia de rumbo, el techo es ahora el suelo que me sostiene y el anterior suelo es ahora el techo que me ampara.
Parece que el resto de objetos y personas no corrieron la misma suerte que yo en ese instante, pero su tiempo se detiene y reposan bocabajo, desde mi perspectiva, como murciélagos. Solamente una persona me ha seguido en este frenético viaje, es quien me miraba con tan extraños aires, y ahora, liberados de la presión de las miradas ajenas aprovecha la siniestra inmersión en la intimidad para atacarme, yendo tras de mí con una cara desencajada y a una velocidad endiablada.
Es entonces cuando recorro un terreno desconocido lo más aprisa que puedo para evitar que me dé alcance, pero es también entonces cuando despierto.

Despierto de un sueño recurrente y angustioso, pero nunca estuve dormido, porque siempre me traigo algo del techo, normalmente grasa y polvo de la mugrienta superficie del todo descuidada que suele cubrir los conductos del metro o cualquier otro lugar donde suceda.

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